Llorar. Así se le define al acto de que caigan gotas desde tus ojos y recorran toda tu cara. Puede haber muchas causas. Pero más que nada se subdivide en dos ramas.
Llorar de felicidad, o llorar de tristeza.
No voy a hablar sobre la primera porque no estoy apta en estos momentos, pero sí voy a hablar de la segunda.
Cuando lloras de tristeza puede ser porque algo duele, porque algo se extraña, por muchas cosas...
Estos últimos días estuve bastante sensible y lloré muchas veces.
Lloré porque no quería dejar Disney, lloré porque el viaje se había terminado, lloré porque me sentía mal físicamente, lloré porque no quería que me sacaran sangre y tenía miedo, lloré porque me daba pánico pensar que podía llegar a tener mononucleosis (si, por esa pabada lloré), lloré porque estaba harta de consumir remedios que no me hacían efecto. En fin, vieron que lloré mucho? Ahora viene la reflección.
¿Qué obtuve? ¿Qué logré? NADA.
Logré que mi mamá se enojara por no ponerle voluntad a recuperarme, logré que todas lloren más aún conmigo porque nos volvíamos a casa, logré que me doliera más el pinchazo y logré que se me borroneara un poco la vista y que me doliera más la cabeza.
No me sirvió para nada largar todo ese agua, sé que dolía, algunas cosas aún duelen, pero no sirvió haber llorado. Sirvió cuando puse una sonrisa, cuando me sequé las lágrimas, cuando abracé a quien tenía a mi lado y seguí adelante.Asique eso me propongo. Empezar este 2012 sabiendo que no sirve llorar. Aunque sé que todos podemos caer, y sé que llorar voy a llorar, me propongo intentar que mi próximo llanto sea de alegría, o por lo menos, que valga la pena.
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